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 miércoles 20 de noviembre de 2019

 

Juan Darío Lara Contreras: el “chino” que la vida convirtió en periodista

Foto: Juan Darío Lara, Jaime Biana, Amparo Pérez, Yolián Londoño y Fernando Barrero Chávez con Fidel Castr

Es el hombre del millón y más historias. De una u otra forma, buena parte de las noticias que se originaron en 50 años del siglo pasado, estuvieron presentes en la vida de Juan Darío Lara Contreras, socio del CPB, el periodista de prensa y radio, el jefe de redacción, el hiperactivo con las preguntas, el hombre inquieto por la información, el conqu

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Tiene una memoria de la más moderna computadora, posee la capacidad de pensar en seis cosas al mismo tiempo, inteligente para resolver problemas, analista de primera mano y apasionado por la noticia.
Nació en La Mesa, Cundinamarca, se crio en Apulo, creció en Facatativá, vive en Bogotá, anduvo por las principales ciudades del mundo, recorrió a Colombia y ahora, descansa en Ricaurte –tierra templada y con la brisa del río Magdalena– del ejercicio de 45 años de vida profesional en diferentes medios de comunicación.
No ha perdido la costumbre por tener la información del momento. Prende el radio a las 5 de la mañana, luego se levanta a caminar, enciende el computador, deambula de un lado a otro, analiza documentos, revisa normas, compara leyes, dialoga con los colegas sobre la situación actual del país, duerme a ratos, vuelve a leer noticias, sube y baja escaleras, va de compras, pregunta acá y allá con porteros, vecinos, amigos por cualquier acontecimiento.
–¿Ha ido a la piscina de su conjunto residencial?
–Nunca. No he tenido tiempo.
EL CHINO DE LOS TABACOS
Estudiaba en el Colegio Camilo Torres de Bogotá y tendría unos 12 años cuando le manifestó un día a don Leopoldo, su padre, su deseo de trabajar para ganarse unos pesitos. Al día siguiente salieron de su casa en el barrio 7 de agosto, muy temprano, a la avenida Jiménez con cuarta donde quedaban tanto la dirección del Partido Liberal como la sede de El Espectador. Don Leopoldo tenía allí muchos amigos, entre ellos, a don Gabriel Cano y a su hijo, don Guillermo Cano, quien los saludó efusivamente.
–Don Gabriel, le dijo don Leopoldo, este joven quiere trabajar.
–Claro, le contestó don Gabriel y de inmediato ordenó que le hicieran un carné como “auxiliar de redacción”.
–¿Sabe cómo devolverse para la casa?, le preguntó don Leopoldo mientras le daba unos 20 centavos para el transporte y para alguna merienda.
—Usted tranquilo, yo preguntó, le contestó el muchacho.
Y comenzó así una vida en un mundo misterioso, lleno de tinta, historias, personajes, pero, sobre todo, noticias de la vida nacional.
Al rato, se le acercó Darío Bautista, el redactor económico y le inquirió con el consabido término cachaco: “chino, ¿usted quiere ser periodista?”.
–Pues deseo aprender.
–Ah bueno, entonces vaya y cómprele los tabacos a don Guillermo. Así hemos comenzado todos.
Y así se convirtió en el “chino” de la redacción. Era un auxiliar de redacción que hacía los mandados, llevaba documentos de una oficina a otra, cuando salía a la calle miraba extasiado el paso de la caravana que encabezaba el general Gustavo Rojas Pinilla, mandatario en ese momento de Colombia, debía llevar las cuartillas a la oficina de censura del gobierno, al lado del Palacio de San Carlos y esperar a que las revisaran, pero sobre todo, escuchaba historias de periodistas como José Salgar, Mike Forero, Germán Pinzón, Luis de Castro, Guillermo García, Álvaro Monroy y a doña Inés de Montaño. A veces iba a la redacción un joven costeño que escribía sus notas y se marchaba. Casi nunca intercambió palabras con el “chino” ni con sus compañeros de redacción. Años más tarde supo que se trataba de Gabriel García Márquez.
Así pasaba sus días, descubriendo el centro de Bogotá, leyendo periódicos, untándose de tinta cuando bajaba a la rotativa para tomar cafecito con los operarios, observar a los linotipistas, escuchar a la gente de la calle, hacer amigos desde lustrabotas hasta ministros, todos por igual.
Un día, don Guillermo Cano, lo llamó y le dio una orden:
–Oiga chino, ha llegado una delegación de indígenas guambianos que vienen desde el Cauca y piden hablar con el presidente. Vaya y los entrevista, pregúnteles qué quieren, por qué vinieron hasta Bogotá, cuáles son sus problemas y si es verdad que aún los azotan y les quitan las tierras.
Juan Darío, medio asustado, se le midió a su primera entrevista. Los visitantes le contaron cómo vivían y cómo habían sido despojados de sus propiedades. Aprendió a usar la libreta de apuntes y rato después se sentó ante la máquina de escribir, a redactar. Sudaba de la angustia, pero hizo, en forma de crónica los sucesos relatados aquella mañana. Le llevó su escrito a don Guillermo, quien la leyó atentamente y le comentó: “Esto hay que cambiarlo, ponga esto acá y esto allá, suba este párrafo, quite este, añada lo que le dijeron sobre los cultivos, redacte más cosas sobre la visita…” y le devolvió las cuartillas.
El novel comunicador atendió todas las indicaciones y cuando terminó se dirigió a donde don Guillermo, quien pacientemente, leyó el escrito y le dijo: “chino, esto quedó mal, vuelva y hágalo” y le devolvió los papeles.
Cuatro veces hizo la tarea y no quedaba bien. Se entristeció. Se fue para el baño y se puso a llorar. La situación la observaron tanto José Salgar, jefe de redacción y Darío Bautista, el prestigioso periodista de asuntos económicos, quienes lo animaron diciéndole: “chino, a nosotros nos pasó lo mismo, tranquilo. Además, usted tiene al mejor maestro del periodismo que hay en Colombia”.
Se secó las lágrimas y regresó a tomar las teclas. Don Guillermo le recibió el nuevo documento y no le dijo nada. Al día siguiente, apareció la nota titulada: “Guambianos exigen hablar con el presidente de la República” y abajo, el nombre de Juan Darío Lara.
Don Leopoldo lo felicitó y durante el día, Juan Darío Lara les mostró el escrito a todos sus amigos y conocidos. Poco tiempo después le enseñaron a manejar los primeros equipos de radiofoto que llegarían al país. Aún le resuena el pitico que hacían cuando giraba el rodillo. “Ese invento transformó la fotografía. Yo recibí la primera foto a color. Era un paisaje de la selva brasilera”, cuenta ahora.
Luego lo pasaron al departamento de radio, donde con una grabadora Ampex-600 y escribía a máquina las informaciones de los corresponsales de todo el país. “Era el famoso 01 de Telecom y me llamaban de Barranquilla, Medellín, Cali y me daban datos, cifras, mensajes que organizaba antes de pasarlos a la jefatura de redacción”. Fueron sus primeros acercamientos a las grandes noticias regionales del país.
“Yo estaba contento en mi cuartico, cuando un día llegó Mike Forero Nougués q.e.p.d y me dijo: “chino, se va a cubrir La vuelta ciclística de Cundinamarca”.
–¿Y qué tengo que hacer?, le preguntó Juan Darío Lara.
–Usted va, se presenta ante el director de la carrera, le dice que va de El Espectador y envía los datos de quiénes ganaron las metas volantes, la montaña, la etapa y demás hechos que ocurran en la carrera.
Fueron ocho días de reportería cumpliéndole al Periodismo.
–Como me fue bien, entonces ya me mandaban a cubrir partidos de fútbol, conferencias, charlas y mis primeras ruedas de prensa.
ATENCIÓN FIRRR
Era tal su amistad con los operarios y periodistas del El Espectador que una vez en cuando iba a libar a las cantinas del centro de Bogotá. Un día se incrementaron las atenciones etílicas y partió para su residencia. Ya era bien de noche. Se subió a un bus y el sueño lo dominó por completo.
Luego de 130 kilómetros de recorrido, despertó confundido. No conocía el lugar y hacía calor. Le preguntó a un soldado sobre dónde estaba. “En Garagoa, Boyacá, le contestó” y de una vez le indagó: “¿cuántos años tiene?” y el pichón de periodista respondió: “Voy a cumplir 18”. Ese día estaban haciendo recogida en los municipios de Boyacá para llevar los jóvenes para prestar el servicio militar. “Entonces se queda joven”, le refunfuñó el militar.
Era la primera vez que visitaba Garagoa y fue también la última. No lo podía creer y mientras le pasaba la resaca lo fueron transportando hasta su nueva residencia en Armenia: el batallón de ingenieros Cisneros.
En la parada en Bogotá llamó a sus compañeros del periódico y les pidieron que avisaran a su mamá, doña María Luisa que lo llevaban para prestar el servicio militar. Con su familia no tuvo contacto sino días después de la rapada de cabeza, beber el quino podio –el purgante que le daban a los reclutas–, usar el uniforme y aprender a marchar.
El padre del periodista, al enterarse, visitó al ministro de Gobierno de la época, don Alberto Zuleta Ángel, quien escuchó la historia y se comprometió con hablar con el ministro de Guerra del momento. En efecto, a los pocos días llegó la orden al Batallón Cisneros que el soldado Lara Conteras Juan Darío debía presentarse en el Distrito de Reclutamiento número 1 en Bogotá. Pidiendo plata prestada entre sus compañeros y oficiales, viajó de Armenia a Bogotá que le costó 700 pesos y se presentó donde un coronel, quien, después de pegarle el regaño más grande de su vida por traficar influencias de ministros, solicitar intervención del ministro, a regañadientes le entregó el documento de reservista.
A su regreso a El Espectador fue trasladado al departamento de archivo. En el Ejército aprendió dos cosas: caminar presuroso y a responder. Se volvió altanero, perdió la timidez por completo y en el primer alegato que tuvo en el periódico con su jefe de archivo, lo echaron.
Enterado del asunto, don Guillermo, su padre putativo en el Periodismo lo recomendó para que laborara en El Siglo. Allí don Arturo Abello y Álvaro Gómez Hurtado se encargaron de pulir al diamante en ciernes.
“No he conocido a una persona más decente, más inteligente, más capaz, con un don de gentes impresionante como el doctor Álvaro Gómez Hurtado. Él llegaba al periódico y saludaba desde la señora de los tintos, los linotipistas, el portero, el gerente y a cada uno de los periodistas con un apretón de manos. Nos comentaba sobre las noticias del día y se marchaba”, relata ahora Juan Darío mientras toma algo de jugo para aliviar la garganta.
RUMBO AL ÉXITO
En las tardecitas las tertulias estaban acompañadas de anécdotas con personajes del periodismo como Alberto Giraldo, Jaime Villamil, Javier Ayala, Guillermo Tribín Piedrahita, Mario Acosta, entre otros, quienes eran las estrellas de El Siglo.
Guillermo Tribín, director de deportes le puso como misión cubrir la Vuelta a Colombia. Le tocó acompañar la primera carrera internacional del ciclismo que partió de san Cristóbal, Venezuela, hallando la colaboración en esa disciplina de expertos como Carlos Arturo Rueda y Alberto Piedrahita Pacheco, los mejores narradores de RCN, empresa que años más tarde laboraría con Alfonso Castellanos y Manuel Prado, en el noticiero Actualidades RCN.
Había quedado atrás el trabajo de el “chino” y ahora era el joven Lara. Gracias a sus fuentes de alta fidelidad, su forma para desenvolverse al preguntar, su presteza para escribir, su rapidez para resolver problemas su nombre se fue inscribiendo entre la reportería nacional.
Por eso lo llamaron con un excelente sueldo de la época a trabajar como Jefe de Redacción en el Noticiero Todelar de Colombia. Era una nómina de primera categoría: Alberto Acosta, Alberto Giraldo, Antonio Pardo García, Gabriel Cuartas Franco, Jorge Enrique Pulido – mi amigazo del alma–, Jaime Zamora Marín, Martha Montoya, Álvaro Rodríguez, Harada de San Martín, Olga Behar, Rafael y Eduardo Eslava, Yolián Londoño y Óscar Domínguez.
Los locutores eran Eduardo Aponte Rodríguez, Manolo Villareal y Andrés Salcedo, entre otros.
“Nos llevábamos siempre el primer lugar de sintonía y nos tocaron los sucesos de las elecciones de 1970 en las cuales ganó Gustavo Rojas Pinilla, pero que el gobierno de Carlos Lleras Restrepo se las dejó a Misael Pastrana Borrero. Fue algo bochornoso”, rememora ahora.
“A las ocho de la noche, Carlos Lleras Restrepo ordenó el toque de queda ante una enardecida población que exigía el triunfo de Rojas Pinilla, pero al día siguiente amanecimos con Misael Pastrana Borrero como presidente y eso originó la creación del M-19, ampliamente recordado en el país, entre otras cosas por las tomas de la Embajada de la República Dominicana y el Palacio de Justicia”, cuenta con tristeza el experimentado periodista.
El jefe de redacción, el chino del pasado, cruzó la frontera de la información deportiva y político, para ingresar a la disciplina del sector económico, con su llegada a La República con el grupo de periodistas de la talla de Abelardo Londoño Marín, Ignacio Becerra, Darío Hoyos, Gabriel Ortiz, Javier Ayala, William Giraldo, Octavio Quintero, Darío Restrepo y Fernando Barrero Chávez, entre otros. Cubría los ministerios respectivos, el Banco de la República, la Junta Monetaria, reuniones de las distintas federaciones y gremios económicos, además de conferencias internacionales del Fondo Monetario, Banco Mundial, Banco Interamericano de Washington y el Congreso Mundial Cafetero de Londres, por citar algunos.
Por las tardes el encuentro de comunicadores era en el café “Automático” donde charlaban con la intelectualidad del país y organizaba las notas para los próximos noticieros.
Comenzó su periplo por Nueva York, París, Londres, Washington, Miami, Madrid, Centroamérica, la guerra de Nicaragua, el restablecimiento de las relaciones de Colombia con Cuba –entre Alfonso López Michelsen y Fidel Castro– elecciones presidenciales de Chile con Salvador Allende, en Argentina con la caída de Juan Domingo Perón y la transición en España de Francisco Franco a la democracia.
Un día lo llamaron Alberto Giraldo y la familia Pava Camelo para que dirigiera el noticiero de Radio Súper. “Yo estaba asustado porque asumir la dirección de un noticiero no era fácil. Me dieron la autonomía para organizar la nómina a mi gusto. Tenían como lector a Cristóbal Américo Rivera, pero lo dejaron y les acomodé a Eduardo Aponte Rodríguez. Recuerdo con especial cariño a Óscar Domínguez, quien después sería director de Colprensa”, relata mientras refresca su ronca voz.

Fuente: BR - Guillermo Romero Salamanca

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