Boyacá

 miércoles 17 de julio de 2019

 

La planta de Frutenza: Una historia de despilfarro, tristeza y abandono

Foto: Procuraduría General de la Nación

Esta crónica fue publicada en el periódico guatecano EL PATRIOTA y allí se denuncia lo que sucede con los bienes del estado.

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En la entrada para Somondoco, en el sitio denominado El Salitre, bordeando el río Súnuba y en
medio de una bella y exuberante vegetación, en el año de 1969 la gobernación de Boyacá construyó
una planta que produciría alcoholes derivados de la caña de la región para su posterior
comercialización, a la cual denominaron pomposamente, Frutenza.

Esta planta fue concebida para ser satélite y apoyo de la producción de la Industria Licorera de
Boyacá que tenía su sede en Tunja y que requería de los alcoholes que se procesarían en Frutenza.
Los periodistas de El Patriota visitaron recientemente el lugar y solo encontraron desidia y tristeza:
Apenas queda de la otrora pomposa fabrica, unas bodegas en estado de abandono, rodeadas de
maleza y por supuestos, cero equipos. Dialogamos con habitantes de la región, quienes nos contaron
de la vida, obra y milagros, de la que antaño pretendía no solo ser una generadora de empleos, sino
una de las mejores empresas comercializadoras de productos relacionados con el alcohol y los
licores.
Don Adolfo Robayo actualmente tiene una surtida miscelánea en el Salitre, a escasos metros de
Frutenza, pero antes de ser comerciante, fue profesor de la Escuela Normal de El Salitre, institución
educativa que está pegada a la planta de Frutenza y él por lo tanto, conoció todos los detalles desde
la construcción, hasta la puesta en funcionamiento de la hoy desaparecida planta de Frutenza.

Cuenta el profesor Robayo que estas instalaciones se comenzaron a construir desde el año de 1963 y
se inauguraron en 1969, siendo gobernador de Boyacá, Tulio Jiménez Barriga. Concluida la
ceremonia que incluyó pólvora y fiesta, además de la bendición de los equipos por parte de un
sacerdote, se terminaba la expectativa y Frutenza era una realidad.
Fueron 42 los empleados entre técnicos, obreros y administrativos los que comenzaron a laborar
con el propósito de producir lo que llamaron la “Tafia”, es decir el alcohol para hacer rones y
aguardientes.
Allí entonces se compraba la miel de la caña que se producía en toda la región, incluyendo los
municipios de Tenza, Sutatenza, Somondoco, Guateque y Guayatá, así como los frutos de la
naranja, el limón, la mandarina y otros que tenían como destino la producciones de los rones Tunja
y Boyacá y el aguardientes Ónix Sello Negro.

Con equipos especiales de grandes y humeantes chimeneas se procesaban estos productos, para
convertirlos en alcohol que no solo abastecían las necesidades de la Industria Licorera de Boyacá,
sino otras como las licoreras de Bogotá y Cundinamarca, amen de otras empresas que necesitaban
de estos productos.

Principio del fin

Al comienzo todo era alegría y entusiasmo, por lo que se presagiaba que la empresa iba a ser
exitosa, como efectivamente lo fue. Pero con el paso de los años y los malos manejos
administrativos, Frutenza se fue a la quiebra.

Cuenta el profesor Robayo que en la década de los años 90, por ejemplo, Frutenza le debía a la
empresa de Energía de Boyacá, la por entonces gran suma de 60 millones de pesos y las deudas
acosaban por todos lados, incluidos varios bancos.

Entonces, la decisión de cerrarla era inminente. Ocurrió en el gobierno departamental de Alfonso
Salamanca Llach. Las deudas habían acabado con la empresa. Sin embargo, cuenta con ironía el
educador Robayo, que unos seis meses antes de su cierre, los vecinos del El Salitre, vieron como
eran acondicionadas unas cabañas con muebles finos, neveras, cocinas integrales etc. esto con el
propósito de hacer allí un veraneadero de los funcionarios de Tunja que iban al lugar de visita.
Cuando la planta se cerró definitivamente, estos muebles finos, recién estrenados, fue lo primero
que sacaron quienes estaban haciendo el trasteo de los equipos.

En tres años fue desmantelada –cuenta el profesor Adolfo Robayo- y los equipos llevados con
destino desconocido. Todo iba desapareciendo. Lo primero que desmantelaron fueron las columnas
de destilación, luego se llevaron la planta de tratamiento de agua que era tomada del rió Súnuba y
finalmente hasta los barriles donde se producían los rones.

De la que fuera una pujante fabrica de alcoholes, desde entonces no han quedado sino unas
inmensas bodegas vacías que sirven de refugio para murciélagos fruteros y roedores y hoy
solamente un vigilante cuida de esas otrora bellas y útiles instalaciones.

También cuenta el profesor Robayo que alcaldes y dirigentes de la región han hecho gestiones para
que esas instalaciones de la antigua Frutenza no se caigan y se pongan de nuevo a funcionar. Por
ejemplo, empresas de concentrados han intentado comprarlas o arrendarlas, así como fabricas de
gaseosas, pero no se sabe porqué razón no se les vende o arrienda. Las comunidades también han
pensado, que estas instalaciones también pueden servir para que el Sena monte allí un sucursal con
carreras técnicas.

En fin, son muchas las utilidades que se pueden derivar de esas instalaciones. Es hora de que el
gobierno departamental le de un adecuado uso a estas dependencias.

Fuente: Orlando Garcia Moreno

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