Nación

 jueves 20 de enero de 2022

 

El primer colombiano en combatir por un título mundial de boxeo

Foto: TWITTER. Edición: Angie Sánchez

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En la madrugada de este jueves, 20 de enero, perdió la pelea de su vida Bernardo Caraballo, en el asalto número 80, luego de su enfrentamiento con las dificultades cardíacas desde hace un par de años.

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Nació en Bocachica, Cartagena, el 14 de octubre de 1934 el primer colombiano en combatir por un título mundial de boxeo. Fue en El Campín de Bogotá el 27 de noviembre de 1964 cuando se enfrentó al brasilero Eder Jofre en la categoría gallo. Perdió por nocaut en el séptimo asalto.

La noche del viernes 27 de noviembre de 1964 fue especial para los colombianos. El gran Marcos Pérez y Napoleón Mercado transmitieron por las ondas hertzianas, a nivel nacional, la pelea entre el bolivarense Bernardo Caraballo y el brasilero Éder Jofre, “el gallito de oro”.

Mientras el popular Napo decía, una izquierda de Caraballo, otra izquierda… una derecha, los oyentes en sus casas seguían segundo a segundo el duro enfrentamiento. Todos iban por Bernardo. La gritería estaba en las casas y en las tiendas. La sintonía era total.
En Bogotá el boxeo era tan lejano como el mar Caribe. Aunque existía la llamada “lucha libre”, los temas del deporte de las narices chatas no eran muy populares en ese momento.

La pelea fue pactada a 15 asaltos para buscar el Título Gallo tanto de la Asociación, como del Consejo Mundial de Boxeo. Era la ilusión del pueblo colombiano de obtener un galardón universal. Sería el primero. Bernardo llegó a Bogotá precedido de todos los honores y se presagiaba una fácil derrota para el brasilero. A medida que pasaba el tiempo, Bernardo fue perdiendo aire y al final recibió una golpiza inolvidable.

Lleno de moretones, hinchazones, golpes rojizos en la cabeza, las costillas y en los brazos retornó a Cartagena. Los comentaristas decían que no había sido capaz y que otra vez tendría la oportunidad. La gente de la calle lo calificaba de “flojo”.
Así de sencillo, en tiendas y cafetines no se hablaba sino de la pérdida del púgil que lo había dado todo en el ring del estadio Nemesio Camacho.

Años después contaría que esa mañana estaba a solo una libra de dar el peso, luego en la tarde en la hora del pesaje, en la misma báscula, estaba aún más pesado y lo hicieron subir a Monserrate –a más de 3 mil metros—lo metieron en una sauna, lo hicieron sudar y llegó sin físico a la contienda. “En el séptimo asalto ya no daba más y tuvieron que parar el combate”.

Ni el propio Bernardo supo por qué no le respondieron las piernas, pero, sobre todo, por qué su entrenador le hizo perder tanto peso y cansarlo demasiado horas antes de la pelea.
La gente, de manera irracional, le gritaban en la calle toda clase de epítetos y calumnias como las de “flojo”, “bueno para nada” y hasta le cantaban que ya había otro pollo en el gallinero.

Cansado y meditativo, el boxeador emprendió huida con su esposa Zunilda Contreras para refugiarse en Girardot.
Luego regresó a su natal Cartagena, a su barrio humilde y poco a poco fue recuperando su tranquilidad cuando sus amigos le comentaron que realmente había pasado algo anormal antes, durante y después de su enfrentamiento contra el brasilero.

Tras la derrota ante Jofre, Bernardo Caraballo continuó su camino y el 4 de julio de 1967 obtuvo la oportunidad de enfrentar al campeón japonés Fighting Harada, perdiendo por puntos en una decisión discutida.

Bernardo Caraballo enfrentó a lo mejor de su generación en los pesos moscas, gallos y plumas. Fue campeón colombiano en tres divisiones, lo cual lo llevó a ser el primer ídolo del boxeo en Colombia. Después de la derrota ante Harada, Caraballo fue excluido del ranking mundial, sitio al cual jamás regresó. En 1977, luego de perder seis combates de forma consecutiva, Bernardo Caraballo se retiró con una marca de 84-18-6, para un total de 108 peleas a nivel profesional. Su carrera tuvo un total de 16 años, tuvo 70 rivales no colombianos y combatió en 8 países diferentes. Después del retiro se incorporó a Colpuertos, empresa estatal colombiana administradora de los puertos fluviales y marítimos, donde obtuvo su jubilación. Caraballo vivió en el barrio Torices de Cartagena.

CARTAGENA TIERRA DEL BOXEO

Bien conocida es la historia de Antonio Cervantes “Kid” Pambelé, quien el 28 de octubre de 1972 se coronó como campeón mundial, después de un duro enfrentamiento contra Alfonso ‘Peppermint’ Frazer, en un enfrentamiento donde los golpes se escuchaban de lado y lado. Fue una contienda sin piedad. Cada golpe ponía en riesgo la cara, el cuerpo, los ojos, el cerebro, los oídos y más de un chorro de sangre quedó en los guantes, las cuerdas y la propia lona.

El país se emocionó con el triunfo. Miles de personas enarbolaron la bandera nacional, la tricolor se izaba en los edificios oficiales, se entonaba el himno con la más grande emoción y el “oh, gloria inmarcesible” se cantaba con la mano en el pecho, sin entender siquiera qué era “inmarcesible”, pero ya se tenía un título mundial. Decenas de bultos de harina se esparcieron en las calles y más de un borrachito decía que “Pambelé era una machera”. Estaban alegres porque el hombre de Chambacú había entregado un título mundial.

Para llegar a ello, Antonio debió pelear en las calles, en gimnasios inapropiados y en peleas donde no tenía la superioridad. Había pasado hambre, persecuciones, confrontaciones con deportistas más sobresalientes, pero ahora era un Campeón.

Después del triunfo lo llevaron al Palacio de Nariño. Sí, a la casa presidencial. Era la primera vez que un negro de San Basilio de Palenque pisaba alfombra roja y era recibido por el mismísimo Misael Pastrana Borrero, el que se había robado las elecciones el 19 de abril de 1970 y siempre aparecía sonriente por una cicatriz que tenía en su cara producto de un accidente de aviación en la desaparecida pista de la carrera séptima con calle 112 de Bogotá.

--¿Qué quieres Antonio?, le preguntó el mandatario que inventó el Upac.
--Quiero agua, luz y un puesto de salud para mi pueblo.

El presidente volvió a mostrar su cara sonriente y a los pocos meses, San Basilio, una región a unos 50 kilómetros de Cartagena, adonde fueron los negros huyendo de la esclavitud, tenían después de 300 años o más de luchas, un puesto de salud y llegaba agua potable y tenían energía.
La gente aplaudía la generosidad y el plan diplomático de Pambelé. Hasta le hicieron monumentos, series de televisión y canciones.

“Es mejor dar que recibir”, decía humorísticamente el Rocky Valdez, cuando contaba sus historias mientras jugaba dominó en la plaza de Bazurto de Cartagena.

Así lo han hecho los deportistas. Pasan años, desde niños, acompañados por la ilusión de unas madres que no les importa mojarse, lavar ropa llena de barro, aguantar hambre con tal de ver a sus hijos triunfar o ganar una medalla.

Hace unas semanas, cuando Colombia ganó los Juegos Suramericanos, más de una de ellas imploraba que algún medio de comunicación entrevistara o al menos publicara una foto de uno de sus hijos con una medalla de oro.

Lo cierto es que el sudor de los deportistas se confunde con las lágrimas que llevan en su alma, con sus ambiciones que pueden ser despedazadas por viles comentarios en segundos, pero gracias a esos esfuerzos hay transmisiones deportivas, adelantos técnicos con satélites de por medio, grandes estadios con aire acondicionado, lujosos restaurantes con pantallas gigantes, novedosos vehículos para los empresarios y ventas millonarias de licor, cigarrillo y otras cosas en discotecas y centros comerciales.

Un deportista es un sueño, es una ilusión y merece respeto.
Mil gracias Bernardo por su ejemplo de coraje y entrega, pero sobre todo por su humildad y trabajo constante.

Fuente: BRPrensa Digital - Guillermo Romero Salamanca

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