Opinión

 miércoles 02 de junio de 2021

 

El joven tunjano que ayuda a los campesinos a vender sus productos

Foto: Twitter

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Andrés Guerrero es el creador de Soy Campesino, un proyecto que, por medio de las redes sociales, ha logrado ayudar a que decenas de agricultores y artesanos no pierdan sus productos. Esta es la historia de una conversión.

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Hubo un tiempo en que Andrés Guerrero prefería el asfalto de las calles de Tunja, su ciudad natal, a los potreros boyacenses. Visitar a sus abuelos en Gachantivá era un sacrificio que suponía untarse de tierra, pasar del ruido a la calma y almorzar rubas, cubios y chuguas: los tubérculos que el par de viejos cultivaba y que Andrés odiaba. Para que su lejana relación con el campo se convirtiera en un idilio, este tunjano tuvo que pasar por una crisis económica que lo hizo volver sus ojos, hipersensibles a la luz, a esos campesinos que durante toda su vida había pasado por alto, con el interés de quien aspira a dejar atrás su terruño para cumplir con la obligación de “llegar lejos en la vida”.


“Mi mamá —cuenta Andrés— ahorró por muchos años para que yo estudiara y me hiciera profesional. Cuando tenía todo listo para entrar a la universidad, mi hermanita, hoy de diez años, nació con una discapacidad. Entonces, de la noche a la mañana las prioridades cambiaron, pues la vida de ella estaba en peligro”. La madre de Andrés tuvo que gastar los ahorros en los tratamientos para su hija. Entre tanto, él tuvo que buscar un trabajo en Tunja para pagarse la universidad.


Trabajó en centros comerciales, pero como el sueldo era muy bajo, consiguió un empleo en la plaza mercado de la capital boyacense. Pronto empezó a conocer más “la cultura del campo”. En medio de manojos de cilantro, bultos de papa, racimos de plátano, y montañas de frutas y verduras, Andrés conoció la realidad de los campesinos. “Me dí cuenta de que a la gente le tocaba muy duro, a las mujeres cabeza de familia, a los vendedores ambulantes. Me dolía ver a los campesinos que llegaban con sus pollos criollos, deliciosos, y nadie les compraba. En la plaza me di cuenta de que había que hacer algo por ellos, pues nadie los ayudaba”.


En un viaje de estudios a San Pedro de Iguaque (Boyacá), en 2016, Andrés terminó de planear su proyecto. Allí conoció a una pareja de ancianos que rondaban los 75 años y seguían trabajando la tierra por su cuenta, pues no tenían cómo pagar un jornalero: labraban, sembraban, cosechaban. “Estaban solitos. A los alcaldes y políticos solo les sirven a los ancianos para conseguir votos”, dice Andrés.

Hoy, a los 27 años, graduado de trabajo social, Andrés dirige una exitosa pagina web soy campesino.org, orientada a hacer trabajo social a partir de las redes sociales. Este joven tunjano se convirtió en un canal para dar a conocer los productos de los campesinos de Boyacá y otras regiones, en especial de los más vulnerables, quienes no tienen más remedio que vender sus productos a los intermediaros, quienes los compran a precios irrisorios. Hoy, la cuenta de Instagram de Soy Campesino tiene más de 117 mil seguidores, mientras que el correo electrónico se llena a diario con unos 5000 mensajes. En sus 1300 publicaciones, Andrés ha publicitado las fresas de Guatavita, peras de Nuevo Colón, almojábanas de Arcabuco, Mandarinas de Santa Ana, Guanabanas de Maripí, Yucas de Barbosa, plátanos de San José de Pare, entre muchos más productos.


Como un reportero juicioso, Andrés cuenta la historia de cada productor para mostrar quién es. Sus publicaciones, pues, no son meras postales sino diminutas biografías de personas que viven del campo, complementadas con fotos expresivas y profesionales. “Al principio, era una página para sensibilizar a la gente de la región. Poco a poco, se fue convirtiendo en un proyecto grande. En un canal para ayudar a los campesinos a vender sus productos por medio del poder de las redes sociales. Lastimosamente, en ese proceso trabajé con políticos, les hice videos con la gente para mostrar que apoyaban el campo. El proyecto sobrevivía en gran parte por la política, pero me alejé de eso, porque los políticos solo buscan sus propios intereses, ganar votos y nada más. Por eso lo digo claro: ‘yo no quiero ningún cargo político”.


Andrés cuenta que los gastos de los viajes corren por su cuenta. Los saca de su sueldo como empleado de la Secretaría de Cultura de Boyacá. “La verdad —dice— todo lo que he hecho es a punta de almuerzos con la gente. No le voy a negar que uno quisiera que le pagaran algo, pero es muy difícil cobrarle a un campesino que está tratando de vender lo que produce. Muchos de ellos le pagan a uno con arepitas, con un cuartico de bulto de papa”.

Para costear sus viajes: equipos, personas que le colaboran y pasajes, Andrés suele contactar a alguna autoridad para que le ayude con lo que pueda. En su último trabajo, a una lejana vereda de Jenesano, logró que la secretaría de cultura de ese municipio lo transportara en una camioneta y costeara los almuerzos. Andrés se fue feliz, luego de mostrar el trabajo de las artesanas canasteras de la región. “Por cada canasto, que dura tres horas, los intermediarios les pagan 1000 o 2000 pesos. La idea es que ellas puedan vender directamente y ganar lo justo por su trabajo”, dice.


El último año, con la llegada de la pandemia y del paro, la plataforma de Soy Campesino ha tomado más fuerza. Cuando el precio de la papa bajó a niveles históricos, Andrés impulsó una papatón que pronto se convirtió en tendencia y gracias a la cual muchos campesinos lograron vender al menos parte de sus cosechas. Sus redes sociales son un canal efectivo para que los campesinos no pierdan sus cosechas, como ocurrió con un anciano de Carmen de Viboral, que logró vender su cosecha de papa y celebró con un baile que quedó registrado en video y se hizo viral.


Para Andrés, lo más importante de su labor es que los jóvenes no sigan abandonando el campo. Hoy, según cifras del Dane, en los últimos años el número de habitantes que vive fuera de las ciudades se redujo del 30 al 23 por ciento. Andrés es testigo de que muchos jóvenes prefieren abandonar las fincas para trabajar en talleres de mecánica y como obreros de construcción en las ciudades. “Muchos —dice— ven la vida en el campo muy incierta. Sin seguridad laboral. El campo es lo más valioso que tenemos en Colombia. No podemos dejarlo solo”.

Fuente: Germán Izquierdo

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