Nación

 miércoles 26 de mayo de 2021

 

Divony, la abogada experta en seguridad que hace tortas y limpia casas

Foto: cedrizuela.com

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Nadie más se llama Divony. Así la bautizó su padre. Nunca supo de dónde lo sacaron, pero a ella le resulta sonoro cuando pronuncia su nombre completo: Divony Beatriz Uzcátegui Matos.

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Nació un 7 de agosto en Los Puertos de Altagracia, en el Estado del Zulia (Venezuela) a unos pocos metros del lago de Maracaibo, tierra del mojito de coco y dulce de limonsón. Ella no los sabe preparar, pero los degustó cuando era muy niña porque su familia se trasladó a la primaveral Maracay donde las hojas de los árboles son de variados colores y sus sombras huelen al araguaney al apamate.

En la ciudad Jardín, de Venezuela, Divony vivía con sus padres y sus dos hermanos. Fue una alumna destacada en la secundaria, líder, creativa y luchadora social.

Determinó convertir su vida en una intérprete de las leyes y por ello estudió Derecho en la Universidad de Carabobo. Obtuvo su título en 2002 y durante 12 años prestó servicio al Estado en el Ministerio de Trabajo en diferentes departamentos. En su último cargo fue por 7 años en el Instituto de Seguridad y Salud de los Trabajadores.

Un día renunció a su cargo: el salario no le alcanzaba para vivir, pero siguió estudiando y se especializó en Seguridad y Salud. Luego cursó Ergonomía. Ejerció la profesión asesorando empresas, laboraba hasta 18 horas al día, se complementaba dictando clases. Tenía, además, a su cargo a sus padres y a un sobrino.

No sabía qué hacer. No comprendía cómo su país cambiaba todos los días, si ella había luchado al lado de Hugo Chávez y creía en el proceso bolivariano. Algo estaba mal. En su pensamiento seguían los anhelos de ejercer el Derecho, servir a los demás, reivindicar los procesos y liderar nuevos proyectos. Escuchaba las canciones de su ídolo Argenis Carrullo y algunos vallenatos que le daban la ligera idea de una Colombia lejana y misteriosa.

En medio de sus estudios universitarios, sufrió una parálisis, situación que superó a pesar del diagnóstico médico negativo, en que le decían que era imposible que siguiera estudiando porque tenía un daño neurológico.

Ahora, cuando camina rumbo a su nuevo trabajo recuerda a la bella Maracay, en el Estado de Aragua, los paseos a las Playas Ríos, los domingos cuando saboreaba las ricas cachapas con queso. Sus amigos de la cuadra con los cuales mantiene correspondencia. “Cada uno está en un país distinto”. Añora las Ferias de San José, los bellos desfiles por la Avenida Bolívar, con coloridas carrozas, grandes y hermosos momentos, las tardes de cine, las fiestas con la música de La Billos y Los Melódicos o las películas en casa de algún amiguito.

“Trabajé para Hugo Chávez. Lo veía en las reuniones, porque adelanté un proyecto de reimpulso de la pequeña y mediana empresa a través de La Cogestión, es decir, labor compartida entre trabajadores y empresarios. Se les aprobaron financiamientos. Luché en la asesoría a través de la formación, cuando se propuso la Reforma Constitucional. Con Nicolás Maduro ningún tipo de relación ni apoyo, aunque seguía trabajando para el Estado, no apoyaba su política. Me describo como una luchadora social, buscando siempre la justicia, el respeto y valor al trabajador. Cooperé con los Trabajadores lesionados por accidentes de trabajo, los que eran explotados, que les vulneraban sus prebendas”, recuerda ahora.

Sus compañeros muchas veces se burlaban de ella, porque me decían que ella creía que iba a cambiar el mundo, que podría resolver los problemas de todos. “Eres una ilusa al querer luchar por la justicia”, le decían.

“Siempre tuve pruebas de mi trabajo y de mi honestidad. Respaldaba con informes, denunciaba las malas acciones o dejaba sentado mi posición de no apoyar situaciones o hechos dudosos”, agrega emocionada ahora.

“Logré salir adelante, incluso cuando me hice madre. Proseguí con mi hijo sola, tenía una estabilidad que me permitió vivir en un apartamento, compré un vehículo -de segunda claro está-, viajaba, ayudaba a mis padres, paseaba mucho con mi familia. Mi hijo estudiaba en buenos colegios privados. En fin, tenía un estilo de vida cómodo, tranquilo, feliz”.

Toma aire profundamente, exhala, guarda unos segundos y prosigue con su relato: “Poco a poco todo se fue viniendo abajo, cada vez más se iba desmejorando mi calidad de vida. Ya mi hijo sufría carencias, me tocó ir a vivir con mis padres, mi carro se dañó y no lo pude volver arreglar. Se fueron las esperanzas y unos cuantos kilos de mi cuerpo. Se apagó mi alegría, me consumí en una tristeza y depresión. No veía salida, sentía que les faltaba a mis padres, por no poder sostener el hogar… Fue muy, muy, duro”.

El riesgo de viajar

-¿Cuándo tomó la determinación de salir de Venezuela? ¿Por qué Colombia? ¿Con quiénes emprendió su salida? ¿Cómo fue su despedida en Maracay? ¿Su hijo la acompañó?

-En realidad en mis planes no estaba salir del país, por ello nunca legalicé ni apostillé mis documentos, aunque lo hice para familiares y amigos, pero los míos nunca. Mi amiga Chanel, al verme tan deprimida, me propuso que viniera por uno o dos meses y luego me regresaba si quería.

Hablé con un amigo, me consiguió los pasajes y viajé con mi hijo desde Maracay a San Cristóbal. La despedida fue dura, mucho llanto, mi mami me animaba y decía que me iba a ir muy bien, nos reunimos con la familia que quedaba y algunos amigos.

Fueron más de 680 kilómetros de nostalgia, tristeza y lágrimas. No es sencillo dejar a su patria querida. Me hice valiente y fuerte por mi niño. Él, por un tiempo estuvo en un estado emocional de desánimo y lloraba mucho, no se adaptaba a pesar de que donde llegamos había cuatro niñas, pero al cabo de dos meses no pudimos regresar: no teníamos dinero para hacerlo. Y luego, cuando ya nos íbamos, nos agarró la pandemia

Llegamos el 29 de agosto de 2019. Llevamos un año y nueve meses en Bucaramanga donde vivo en una habitación con mi hijo y seguimos durmiendo en una colchoneta que nos regalaron.

-Arribaron a San Cristóbal, pegado a Cúcuta, ¿cómo les fue con el cruce de la frontera...y la llegada a Bucaramanga?

-Sí, llegué y no pude pasar por el Puente Simón Bolívar porque no tenía el permiso de salida del papá de mi hijo. Nos tocó cruzar por trocha, una experiencia horrible ya que un hombre, que nos aseguró un paso tranquilo, nos metió por un monte. Caminamos mucho, llegamos a un campamento donde nos revisaron todo lo que traíamos, nos abrieron la maleta y los bolsos, y nos quitaron el dinero. Fue aterrador, porque no sabía ni dónde estaba, le pedí a Dios que me cuidara y, sobre todo, que a mi niño no le pasara nada. Los hombres tenían armas y mi hijo temblaba de miedo.

Después me indicaron un camino y logramos alcanzar Cúcuta. Allí no paraba de llorar y temblar. Recibí ayuda de algunas personas. Llamé a mi amiga, me mandó a buscar con un chico de Cúcuta, quien me rescató de esa locura. Me trasladé a la Terminal de donde viajé a Bucaramanga. Mi amiga me canceló los pasajes.

Se salvaron 100 Euros que estaban escondidos. Con eso compré un mercado y materiales para vender tortas y luego maní, tostones, papitas y habas. Me iba a un semáforo que está por la estación de Metrolínea en Piedecuesta y vendía mis productos. Pero Dios es grande y en Él confío. Como le digo a mi niño: esto es transitorio.

-¿Cómo se ajustó en Colombia?

-He ido poco a poco, tengo la bendición de contar con bellas personas, además que me bauticé cristiana y los hermanos de la Iglesia me apoyan mucho. Me estoy comenzando a estabilizar, recuperándome también de las deudas de la cuarentena que ya las saldé. Aparte con mi hijo, trabajo fijo en una casa de familia y estoy emprendiendo un trabajo con ventas de brownies y tortas.

Mi hijo y yo hablamos de regresar a Venezuela, estar con la familia, especialmente, con mis padres. Mi mamá se recupera de una cirugía y ha sido muy duro no poder estar a su lado durante este mal momento, pero al mismo tiempo he podido enviarles ayuda económica para cubrir sus gastos y aliviar la carga de mi hermano.

-¿Conocía a Colombia? ¿Ha pensado en dar clases de Derecho?

-No, nunca había salido de mi país. Mi impresión fue guuuuaooo, calles alumbradas, limpias, hay agua, luz, todo repleto de comida y bebidas, se puede comer así sea vendiendo maníes en un semáforo. Qué bonitos paisajes y naturaleza tiene este país y, además, personas amables.

Podría dar clases, yo daba formación a los trabajadores en la Universidad Bolivariana. En cuanto a lo relacionado con la inmigración entiendo los procesos legales. Por eso aplaudo esta oportunidad de registro que se inició hace poco. Eso puede reivindicar derechos de muchos compatriotas que están siendo explotados a costa de estar sin documentos.

He buscado ayudar a los paisanos menos favorecidos, les consigo ropa, alimentos, a veces preparo comida a los que están en situación de calle.

Con unas paisanas que cantan en un semáforo, hicimos amistad y en plena cuarentena salíamos a vender tapabocas, siempre hablamos de nuestra linda Venezuela que se dispersó por el mundo. Yo tengo familia en Ecuador, Argentina, España, Chile, Santo Domingo y México.

-¿Qué consejos les da a los colombianos que comienzan a emigrar ahora con la llegada del castrochavismo a Colombia?

- Lo primero que diría es que no se dejen robar su país, su patria, no hay nada como su tierra, sus raíces, hay que rescatarla, salvarla de este hundimiento. Despertar consciencia para no dejarse engañar con falsas promesas que vienen disfrazadas de esperanza y mejoras en la sociedad. Es lo que venden...

Yo diría: no se vayan porque se desmembranan las familias, se complican las esperanzas luego de reunirse. Eso después cuesta mucho. En lo posible de no tener otra alternativa, ir con documentos en regla, aprender un oficio o arte. Saber inglés.

-Usted sale de una crisis en Venezuela, llega a otra donde la pandemia la acosa y aparece el castrochavismo en pleno, ¿cómo lo analiza?

-Con terror. Veo un declive del país, que se desmorona socialmente, sin darse cuenta que la solución no está en probar otro tipo de ideología política. Los venezolanos podemos estar consternados al sentir como se inicia el ciclo de una muerte anunciada.

-¿Con qué sueña ahora?

-Con un mundo mejor. Puedo estar cansada, pero no derrotada. Usted no sabe de lo que somos capaces las mujeres. Creo que todos tenemos oportunidad de empezar y volver a empezar, como cuando se hacen las tortas que es necesario dar y dar muchas vueltas a la masa.

-¿Le gustan los brownies?

-Mucho, los de chocolate con arequipe.

-Humm. Buena combinación.

Fuente: Boyacá Radio PRENSA - Guillermo Romero Salamanca

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