Opinión

 lunes 20 de octubre de 2014

 

¿Y De los Mercenarios cuando hablamos?

Foto: Manuel Humberto Restrepo Domínguez

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German Castro Caicedo refresca la memoria del conflicto armado colombiano con el recién publicado libro Nuestra Guerra Ajena.

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Hace reveladoras afirmaciones sobre innumerables partes del rompecabezas de la guerra Colombiana.

Con cortos relatos aporta para articular el todo de riqueza expropiada, de política excluyente, de barbarie y de terror y de implacable capacidad para engañar, negar, esconder, borrar rastros, ocultar intereses.

La realidad en este país suele conocerse décadas después. Del presente solo se sabrá mucho después, parece ser la sentencia de esta guerra.

Estamos cerca del fin de cinco décadas de conflicto y apenas si se conocen fragmentos de los libretos de muerte aplicados en la violencia partidista después del asesinato de Gaitán; el holocausto del palacio de justicia; las fases y mutaciones del paramilitarismo y; de lejos sabremos del horror padecido durante el régimen Uribe. La realidad es negada unas veces y velada otras.

La tragedia nacional de guerra permanente se refleja en estadísticas de muerte y de dolor, pero también en las múltiples formas en la que cada uno muere cada día, en aplicación sobre el cuerpo y la mente del otro de las distintas maneras de hacer morir usadas por los victimarios.

Hay muertes ajenas que sin embargo duelen en la piel y los sentidos, otras apenas producen dolor familiar o barrial y hay las más terribles, las propias, las que cada quien padece en el silencio, las que matan el alma o condenan al miedo, al silencio.

La primera muerte que permite evocar el libro fue la censura misma a la publicación, impuesta por el editor aun después de que el autor ya había publicado 15 libros.

Pero pudo más la verdad, que al final se impuso para que el autor iniciara diciendo que “El Sar es un helicóptero del gobierno de los Estados Unidos que vuela más alto que los demás porque protege toda una operación militar extranjera autorizada por nuestros gobiernos en nuestro propio territorio” y finaliza 395 paginas después con un ¡Hoy es un día histórico para Colombia¡, a propósito de la entrada en vigencia del TLC el 15 de mayo de 2012.

La segunda muerte, es quizá la muerte del tabú sobre la participación de extranjeros en nuestra guerra, alentándola, avivándola, echando gasolina en medio de la hoguera mientras nuestros cuerpos de colombianos en medio de una barbarie que arrasa sin compasión, se extiende, aniquila.

El tabú es que el estado colombiano siempre niega la participación directa de los Estados Unidos y sus ejércitos, a quienes también deberá asistirles de la mano del estado colombiano alguna responsabilidad ante las victimas contadas por millones en el marco de los acuerdos de paz, en proceso.

Los extranjeros en la guerra unas veces participan en operaciones efectivas, otras quizá en las operaciones inventadas para producir los positivos que generan dividendos y garantizan el trabajo.

Dice el autor en el segundo párrafo que “en esta guerra, los helicópteros que vuelan en la cima de las montañas o sobre la selva llevan las matriculas de la policía de Colombia PNC, pero no son ni de la policía de Colombia, ni del gobierno colombiano, ni de la nación colombiana.

No. Su dueño es el Departamento de Estado”. Estos episodios se replican como ocurrió con la Operación Jaque, en la que el gobierno cometió perfidia, al hacer uso indebido de distintivos del CICR y de la que se reclaman autores el presidente Santos y ex presidente Uribe.

Otra negación revelada es que la participación de mercenarios es contratada por el Departamento de Estado a través de la empresa Dyncorp, que además contrata y envía militares a conformar batallones de contratistas en Emiratos Árabes.

También parece ser real la participación de la compañía Blackwater USA que también contrata y envía mercenarios. Los mercenarios no están protegidos por el DIH, no son combatientes, tampoco civiles, simplemente son asesinos a sueldo, denominados contratistas sea en Iraq, Afganistán o Colombia.

La lógica es simple, un soldado americano muerto pesa mucho para la moral de las tropas mejor armadas del mundo, pero también desalienta al pueblo americano acostumbrado a sus superhéroes.

La invasión silenciosa de mercenarios existe, se realiza con la presencia activa de corporaciones militares privadas en un país ajeno. Como no es el Pentágono, ni el Departamento de Estado no se puede hablar de ocupación, ni intervención, lo impuesto es hablar de ayuda financiada sin que siquiera el gobierno colombiano y menos el congreso sean informados.

Si se acudiera a tropas el asunto se pondría en el debate público, en cambio acudir a mercenarios no exige ninguna explicación de lo que hacen, ni requieren justificación de ingreso al país, cuando mueren son simples cadáveres, que no merecen ceremonias ni banderas para convertirlos en héroes.

“En Colombia los programas antinarcóticos están manejados por mercenarios, igual que las estaciones de radares de colombianos que controlas el comando sur desde su sede en Miami. Colombia es el laboratorio de experimentación de las nuevas guerras de América Latina.”

En 2004 en desarrollo del Plan Colombia Washington autorizó aumentar de 400 a 800 militares en suelo colombiano y a 600 el número de contratistas que para la fecha ya se calculaba en 3500.

Los mercenarios hacen parte de una lógica de guerra orientada a negarlo todo, a no repetir el fracaso de Vietnam. Para la misma época la compañía Dyncorp manejaba cerca de un centenar de helicópteros y aviones del gobierno estadounidense.

Sin duda en el tema de dejación de armas en las conversaciones de paz Estado-Insurgencia, se requerirá abrir el debate nacional que convoque a los Estados Unidos a comprometerse con el proceso de Paz a desmontar el aparato de contratistas e injerencias en país ajeno.

Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez.

Fuente: boyacaradio.com

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