Opinión

 viernes 23 de diciembre de 2016

 

Entre Navidad y Revolución no hay contradicción

Foto: Boyacaradio.com

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Manuel Humberto Restrepo Domínguez

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Al final del año ocurre una mezcla de conceptos, prácticas y sensaciones entre el sentido del trabajo y las fiestas de navidad. Cada uno trae consigo tiempos, memorias, luchas, significados, deseos, que se cruzan e intervienen en unos pocos días distintos a los demás. Se vive de otra manera. Trabajo y Fiesta, conservan elementos de una edad media que no fue derrotada del todo por la modernidad y que resurge de la misma manera que las ruinas de Roma lo hacen para dejar ver que su presente todavía sigue inevitablemente atado a su pasado.

La época medieval hizo del trabajador poco menos que un paria, era tratado sin embargo mejor que un campesino, por la clase en el poder. Hoy las transnacionales vuelven a tratar al trabajador como poco menos que un paria y a los campesinos como instrumentos de segundo nivel. Con la modernidad y como resultado material de las luchas por derechos asociados al trabajo el primer gran logro universal fue el establecimiento de la jornada laboral de 8 horas, cuyo reconocimiento y aceptación social constituye una de las grandes e integrales conquistas en el proceso de liberación del ser humano de ataduras y opresiones. Esta conquista fue lograda por los obreros socialistas y los trabajadores en resistencia a la explotación que provocaba la naciente sociedad industrial. Ocho horas de trabajo permitirían distribuir el día en tres partes: el tiempo de trabajo socialmente necesario en el proceso de producción; el tiempo de la política, de la relación social, de la cultura, del ocio y de la satisfacción de necesidades y deseos y; el tiempo necesario para la reparación física y espiritual dedicado al sueño. Su universalidad ética y laica se ha puesto al servicio de todos los seres humanos. El derecho a trabajar ocho horas del día de las doce que marca el sol, hace parte del proceso de humanización, hace parte esencial de lo que somos como seres humanos y de lo que significamos como seres sociales, de deseos, de aspiraciones. Este derecho nos recuerda todos los días, que alguna vez los seres humanos fueron tratados como animales, vendidos, comprados y que la dignidad se construye con las luchas, no se inventa, no se invoca, no se recibe, no la trae el espíritu navideño.

Diciembre es el tiempo en el que las ocho horas de trabajo se encuentran con la fiesta de navidad, que aparece dotada de cierta universalidad alcanzada como efecto del poder que la impuso para eliminar las fiestas populares paganas de la edad media, en las que los excluidos, parias y campesinos se encontraban para celebrar rituales, dar ofrendas y eliminar las ataduras al trabajo de siervos y dominados. Sobre qué es y que representa la navidad es común encontrar en las enciclopedias y en los propios textos cristianos que su fecha de aparición se dio en el siglo IV por mandato del papa Julio I, quien para sellar la discrepancia de fechas sobre el nacimiento del hijo de dios impuso el 25 de diciembre, que coincidía con el fin de las fiestas paganas del solsticio de invierno, en la que según la tradición babilónica se celebraban rituales en honor a sus selectos dioses nacidos por la misma época invernal. Se bebía, comía, reía, ofrendaba, bailaba y jugaba en honor a: Mitra diosa del sol, de origen persa; Baco dios del vino, de origen griego, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, patrón de la agricultura y el teatro, también conocido como Dionisio; Adonis dios de la belleza, originario de fenicia; Osiris el sol difunto, dios de la muerte y del mas allá, egipcio; Júpiter protector de la ciudad de Roma de quien emanan la autoridad, las leyes y el orden social; Hércules, el más fuerte, orgulloso y vigoroso sexualmente, de origen griego también conocido como Alcides.

Esta fiesta popular era considerada por el imperio como algo vil, inmoral, degenerado que además lo ponía en ridículo. Durante una semana la gente se dedicaba a divertirse, burlarse, hacer banquetes, romper límites, se suspendían las actividades judiciales, penales, escolares, se comía y bebía, se eliminaba la moral y se ridiculizaba el orden social haciendo señor al siervo y siervo al señor. Era de tal magnitud la capacidad popular de estas fiestas que el imperio para derrotarlas las hizo suyas, les colocó sobre su significado y sus fechas, otro significado y otros rituales, iniciando por unir a ellas el nacimiento de Jesús, fracturando la memoria de lo que quedaba debajo hasta sustituirlo completamente. La fiesta de Navidad fue sobrepuesta encima de las saturnalias (en honor al dios de la agricultura el 17 de diciembre) y otras ceremonias que constituían las fiestas populares. La imposición de la navidad trazo nuevos rituales y articuló la semana del 16 al 24 con la novena que representa los nueve meses de embarazo de María y su búsqueda de posada para el nacimiento. La novena fragmentó en pequeños grupos las anteriores reuniones plenas del pueblo.

A la fiesta central se fueron agregando elementos que en todo caso guardan partes de la memoria de fiestas paganas y otros creados por el mercado. Del árbol de navidad se desprenden varias historias, una señala que Nimrod, hijo y esposo de Semiramis nació un 25 de diciembre y al morir encarnó en un árbol en el que cada natalicio su madre-esposa le colgaba dones y regalos, Babilonia adoptó esta tradición según el génesis. Se dice que los romanos usaron arboles de pino para celebrar el nacimiento del dios sol en forma de fuego (no el de Jesús) y en las ramas colgaban elementos de las fiestas saturnales como máscaras de Baco para recibir su protección humana o cerezas rojas. Se cree que el árbol de navidad más parecido al que conocemos se armó en Alemania en 1605. Como alguien tendría que llegar con regalos, de Rusia provino San Nicolás (siglo V) un obispo afamado por su caridad que se convirtió en patrón de Rusia y Turquía, del que emergerá en 1823 el mito moderno, habiéndose modificado el nombre holandés de Sinterklaas por el anglicismo Santa Klaus, que completa la ecuación navideña de: nacimiento, árbol de navidad y, regalos de Nicolás. La semana se une a través del novenario y después aparecerán los villancicos que eran cantados a la madre y a su hijo en brazos y procedentes de los armenios llegaran los reyes magos, que finalizan el espíritu de reconciliación, amor y paz.

Ya entrado el siglo XX la idea del trabajo se completó con la fiesta de navidad, como periodo de vacaciones, de descanso para el que poco importan los orígenes. A estas fiestas se les cubre con las aspiraciones negadas por el trabajo el resto del año, se invoca el amor, la paz, la solidaridad, la unión, pero también el buen vino, el pavo, la gula, la lujuria, las cenas abundantes, los nuevos vestidos, los juegos, los regalos y los trabajadores reciben como parte de su salario una prima de navidad. El árbol, las luces, los pesebres, las carrozas, las comparsas, todo se une, hay más risas que sobresalen sobre las tristezas de los millones de excluidos y humillados que son opacados. En 1882 en Nueva York, se levantó el primer Árbol de Navidad adornado 80 bombillas rojas, blancas y azules iluminadas con luz electrica. Después vino El Árbol de Navidad más alto, con 20 mts, armado en el Rockefeller Center, otra muestra del poder del capital. E n 1931 justo con la gran depresión económica, se afirma que Coca-Cola impuso la nueva leyenda de Papa Noel diseñada en Chicago por Habdon Sundblom, que lo vistió de rojo y blanco, sus colores tradicionales. Hacia adelante el mercado ha conquistado buena parte del sentido de la navidad impuesta por los cristianos y Santa Claus se constituyó en el icono que ríe, da, excita, enloquece y no para de invitar a comprar y comprar. Para no perder el espíritu navideño parece ser que no hay socialista que se rehúse a sonreír en navidad, ni cristiano que renuncie a aceptar su jornada laboral de ocho horas. Entre cristianismo y revolución no hay contradicción dijo el padre Camilo Torres Restrepo. Feliz navidad, ojala con risas, con avances en la paz negociada y con trabajo también.

Fuente: Manuel Humberto Restrepo Domínguez.

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Entre Navidad y Revolución no hay contradicción